El amanecer de Todo

A lo largo de mi trayectoria investigadora he dado con dos o tres cuestiones enigmáticas que se complementaban entre sí: ¿cual es el origen de las ciudades?, son las ciudades espacios de conflicto o de fraternidad? ¿Cómo se intentan conseguir ciudades más igualitarias en el marco del capitalismo? ¿Son las ciudades parte del problema o de la solución ante la crisis climática?
El libro de Graeber y Wengrow da respuestas sobre muchas de ellas, y lo hace desestructurando buena parte de nuestras creencias intelectuales más consolidadas. Se trata de una reescritura, en base a las pruebas empíricas que tenemos, de la historia de la humanidad, dando respuesta a una cuestión concreta: siendo una especie creativa que ha tenido múltiples opciones y formas de organizarse socialmente, ¿cómo nos hemos quedado estancados en una, de la cual no vemos salida posible?

Un libro que te vuela la cabeza

El libro es importante no solo porque discute la visión evolucionista de la historia humana, según la cual hemos pasado de sociedades simples a complejas, pagando el peaje de la jerarquía y la burocracia, sino que deconstruye esta visión, mostrando los orígenes de la misma. Esto es, como una reacción de los intelectuales conservadores a a la crítica que las sociedades americanas del siglo XVI lanzaron a las sociedades jerárquicas europeas. En su reconstrucción de la historia humana, el libro hace numerosas aportaciones en múltiples campos y nos da respuestas para estudiar las ciudades y la relación de las sociedades humanas con la naturaleza. Es un excelente punto de partida para seguir profundizando en una revisión republicana de la tradición ecologista, con el asunto de la libertad entretejido con el de la naturaleza, siguiendo de cerca la estela de Murray Bookchin, pero también sirve para repensar como hemos construido históricamente las ciencias sociales y para plantear una visión postcolonial. A continuación resumo algunas ideas llamativas.

1. Nunca hubo una ‘infancia de la humanidad’

Los datos empíricos nos muestran que la complejidad social de los grupos humanos prehistóricos, derribando tanto el mito de la guerra de todos contra todos de Hobbes, como el del buen salvaje de Rousseau. Los grupos humanos han constituido historicamente tanto entramados institucionales de dominación como orientados a garantizar la no dominación y huir de las jerarquías. No hay una secuencia evolutiva de unos a otros y de hecho, los diferentes grupos tienen historias largas con diferentes periodos, algunos de tiranía y otros de auto-organización.


2. La cuestión relevante no es sobre los orígenes de la desigualdad sino sobre la pérdida de libertad

Al no existir un “estado de la naturaleza original” del que nos habríamos desviado, la cuestión relevante pasa a ser como de la diversidad de formas de organización social posibles hemos acabado siendo incapaces de imaginar una forma alternativa a la que tenemos. Al asumir la complejidad social de las sociedades humanas vemos también que las formas de organización igualitarias partían de la base de la libertad como no dominación. Por poner un ejemplo, la igualdad material de las mujeres sería un subproducto de su no-dominación por parte de los hombres, y no el objetivo. Estas formas de organización surgían a menudo como alternativa a una forma de dominación anterior.


¿Qué tal si en lugar de contar una historia acerca de cómo nuestra especie cayó en desgracia desde algún idílico estado de igualdad, nos preguntamos cómo acabamos atrapados en girlletes conceptuales tan pesados que no somos capaces siquiera de imaginar la capacidad de reinventarnos?

Graeber y Wengrow, p.20

3. Edward Soja tenía razón sobre el origen de las ciudades

O al menos iba bien encaminado. En Postmetropolis Edward Soja planteaba una geohistoria urbana diferente, con el sugestivo título de “Las ciudades primero” para explicar el surgimiento de las ciudades en el neolítico. Esto ha dado lugar a cierto debate entre sociólogos e investigadores urbanos por un lado, y antropólogos por otro, que se dio, por ejemplo, en la revista International Journal of Urban and Regional Research. Graeber y Wengrow aportan tal magnitud de datos sobre las ciudades Euroasiáticas y americanas que deja estos debates en casi irrelevantes. El origen de las ciudades no se explica tanto por una revolución neolítica y una revolución urbana posterior, con burocracias y gobiernos centralizados controlando el excedente; las primeras ciudades no dependían solo de la agricultura ya que sus habitantes combinaban la horticultura con la recolección, la caza la pesca y el pastoreo. Así, su ecología era mucho más compleja de lo que pudiera parecer. Para los autores, esta era una estrategia para huir del duro trabajo de la dependencia de la agricultura, que durante 5000 años siguió siendo lúdica y complementaria a las otras técnicas de provisión de recursos. Las primeras ciudades aparecieron ahí donde se daban condiciones propicias para combinar estas actividades, y el impacto sobre el medio fue mucho menor que el mito de la ciudad neolítica sositiene.

Además, parece ser que las ciudades eran fruto de intensos contactos de todo tipo entre poblaciones de un ambito regional muy amplio, algo que apuntaba Soja al definir su idea de Synekismo:

De esta forma, y desde sus orígenes, el término sinecismo connotaba un concepto regional del espacio urbano, una forma y un proceso de gobierno político, desarrollo económico, orden social e identidad cultural que implicaba no sólo un asentamiento o nodo urbano sino
muchos nodos articulados entre sí en una intrincada malla de asentamientos nodales o regiones centradas en ciudades.

Soja, p.42

4. Las ciudades son laboratorios de innovación democrática desde sus inicios

Las ciudades además, fueron lugares de desarrollo de formas de democracia local, incluso si existía un rey o líder que encarnaba un poder centralizado. Tanto las ciudades de Eurasia como de América fueron lugares de experimentación, con asambleas barriales para resolver los asuntos de la vida ordinaria, el desarrollo de políticas igualitarias para evitar las jerarquías y el desarrollo de sentimientos de comunidad que cimantaban la visión de igualdad de estatus. La monarquía y las aristocracias guerreras podían aparecer en las ciudades, con consecuencias drmáticas, pero no era un proceso inevitable ni causado por la ciudad misma, y tenían que coexistir con otras instituciones:

Por todas partes las primeras ciudades siguieron la trayectoria opuesta, comenzando con consejos de barrio y asambleas populares, y acabando gobernadas por dinastías guerreras, que debían mantener una incómoda coexistencia con instituciones más antiguas de gobierno urbano.”

Graeber y Wengrow., P. 632


5. La agricultura y la centralización burocrática no fueron nunca el único camino

La agricultura ha sido una práctica de la que se podía entrar y salir libremente, y se cultivaba sin convertirse plenamente en agricultores. La existencia de una agricultura lúdica, es una forma de ecología de la libertad, parafraseando a Bookchin. Aunque consideran caducas las ideas de Bookchin sobre los orígenes de la agricultura, Graeber y Wengrow si que remarcan que era cierta su idea básica de la relación entre interacciones humanas con la biosfera y lo tipos de relaciones sociales y sistemas sociales que las personas forman entre sí. Este puede que sea el pilar sobre el que se sustentan todas las perspectivas críticas sobre la cuestión ecológica.

La ecología de la libertad desribre la proclividad de las sociedades humanas […] a cultivar y criar animales sin ceder demasiado de la propia existencia a los rigores logísticos de la agricultura, y a mantener una red de alimentos suficientemente amplia para evitar que le cultivo se convierta en un asunto de vida o muerte

Graeber y Wengrow, p. 324

En resúmen, tal y como reza la contraportada de la edición en castellano, este libro es un festín intelectual, y más allá del impacto que está teniendo ya en los debates académicos, sirve también para refutar los libros para el público general que nos simplifican la historia humana: desde las visiones de Fukuyama al Sapiens, de Yuval Noah Harari o El mundo hasta ayer de Jared Diamond. Y esto es importante porque nos permite articular voces contra el fatalismo colapsista. Si a lo largo de la historia hemos demostrado una creatividad infinita para autoorganizarnos, podremos hacerlo para afrontar los retos de la crisis ecosocial que se nos ha venido encima.

¡Qué tarde que te leo, David! Sueddeutsche Zeitung Photo / Alamy Stock Photo

Referencias

Graeber, D. y Wengrow, D. (2022) El Amanecer de Todo. Una nueva historia de la humanidad. Barcelona: Ariel

Soja, E. (2008) Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones Madrid: Traficantes de Sueños

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